Una de las partes mas llamativas de un barco antiguo es, sin duda alguna, el mascarón de proa. El mascarón es una escultura que, generalmente tallada en madera y ornamentada o pintada, según la jerarquía de la embarcación, se ubica bajo el bauprés embelleciendo la proa de la nave.
Todos hemos visto algunas vez una de estas obras de arte. Por ejemplo, la de la Fragata argentina Libertad lleva un mascarón que representa a una mujer con gorro frigio en señal de libertad. ¿Pero que finalidad cumple un mascaron de proa?
En la actualidad simplemente una decorativa, como lo viene siéndo desde la Edad Media. Pero en la edad antigua y hasta casi bien entrado el siglo IV, el mascarón de proa era un elemento importantísimo de la nave, podía cumplir una función religiosa, identificatoria o netamente bélica.
Son representativas de la navegación a vela y de los grandes buques de casco de madera de la época del descubrimiento, las conquistas y las grandes batallas navales.
Atractivas figuras femeninas talladas en madera atraían la buena fortuna de los navegantes de los océanos. Los Vikingos colocaban figuras totémicas para espantar malignos espíritus marinos, mientras los griegos y fenicios instalaban representaciones de dioses para darle confianza a la tripulación y proteger sus aventuras.
Según la tradición, los antiguos egipcios, griegos, romanos y otros pueblos de la antigüedad (y aun hoy pueblos orientales) pintaban ojos en las proas de sus naves para que el barco pudiese encontrar el camino mas seguro sobre el mar.
Mas antigua aún, era la costumbre de colocar en la punta de la nave la cabeza del animal sacrificado en honor de algún dios al comenzar un viaje.
Debido a las técnicas de construcción naval del mundo antiguo, en la proa quedaba un macizo madero vertical que, inmediatamente llamo la atención como punto apto para ser tallado y decorado, ya sea con fines religiosos o para identificar a determinado barco.
Cuando las artes del combate naval evolucionaron, creando el espolón, este tomo tanta importancia que comenzó a ser decorado. Esto continuó hasta los siglos XIII y XIV cuando el mascarón desaparece hasta su renacer en el siglo XVI. Desde entonces es que pasó a ocupar el tradicional lugar en la roda, bajo el bauprés y ya no se volvió a modificar.
Los motivos variaban desde figuras de santos a figuras mitológicas, emblemas nacionales o una figura alusiva al nombre del barco. Las medidas iban desde 45 cm hasta verdaderas estatuas de más de 2 metros de altura.
Eran objetos muy preciados por los hombres de mar de la antigüedad, elaborados por expertos artesanos inspirados, que esculpían la madera y la decoraban con varias capas de pintura de variados colores.
Muchos mascarones de la época de oro, que tomaban los navegantes en sus conquistas, fueron recubiertos con el preciado metal dorado para demostrar su poderío entre los piratas de los mares, muchos de ellos hoy se exhiben como reliquias en los museos del mundo.
Cualquiera sea su forma, los mascarones de proa eran la carta de presentación de los navegantes que se distinguían por su elegancia y espíritu marino.
Todo esto no era barato (las tallas y dorados se hacían por artesanos especializados) y, en más de una ocasión, los mascarones y tallas eran protegidos por especies de jaulas de hierro de cualquier avería en batalla, al punto tal que la construcción de éstas era un artículo importante de un equipamiento naval.
Los costos pasaron a ser tan altos que, desde 1690, los distintos Almirantazgos comenzaron a reglamentar y limitar el coste y peso de estos mascarones. Además, es de suponer que, con el progreso de la construcción naval y de la artillería, estos elementos decorativos se hacían cada vez mas inútiles y vulnerables.
Para comienzos del siglo XIX, en la época de Trafalgar, las decoraciones eran muy sobrias en lo referente a buques de guerra y los mascarones se reducían a un simple escudo heráldico o figura humana o animal.
El advenimiento del casco de hierro y los clippers de limpia línea no significaron, en principio, la desaparición de los mascarones, aunque si fueron, en muchos casos reemplazados por arabescos a ambos lados de la proa o, en los buques de guerra por los escudos nacionales rodeados de una relativamente trabajada alegoría (como el crisantemo de los barcos japoneses) pero, al comenzar el siglo XX, los grandes navíos desecharon los adornos de proa, obedeciendo a las normas dictadas por la ingeniería y construcción naval.
Sin embargo, en los veleros escuela y en algún que otro barco, aún pueden verse estas magnificas figuras que son verdaderas esculturas. En Buenos Aires existe una interesante colección de mascarones de proa del siglo XIX de aquellos inmigrantes que se instalaron en el Riachuelo de la Boca.
De lo descripto entonces, se desprende que el Navegante Clásico que posea en su barco un mascarón, tiene en realidad dos grandes tesoros! Estimados colegas, nos vamos despidiendo deseándoles a todos una muy buena singladura!
Fuente: "Sucinta Historia de los Mascarones de Proa"